Pedir una ley para la ancianidad amerita decirlo

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Por Altagracia Paulino 

Eran las cinco y media de la tarde del martes 4 de agosto, cuando recibí la llamada de Reyita, la muchacha que desde hace 21 años cuida a la señora Gracita Barinas; una mujer que nació en el 1914 y a los 106 años, lee el periódico todos los días y espera con ansias los sábados el suplemento “Areito” del periódico Hoy.

“Altagracia, te llamo para decirte que en este país se necesita una ley para la ancianidad, quiero que la impulses, es necesario, y es bonito que haya una ley que indique el valor de los ancianos que están lúcidos y en condiciones de hacer aportes valiosos”.

“La ancianidad tiene sus leyes naturales”, entre las que citó el derecho a pasear por la ciudad y a ser escuchados.

Quiero saber tu opinión al respecto”. Le dije que sí, y le pregunté si seguía leyendo los periódicos todos los días, respondiendo que lee en la cama, las letras grandes, los titulares y subtítulos de las noticias y lo que no alcanza a ver, pide que se lo lean.

Justo la tarde que me llamó se refirió al titular de ese día de los periódicos Listín Diario y Hoy: “leí hoy el problema del aeropuerto, muchos grupos políticos no quieren que se haga, pero esa noticia me interesó mucho porque tengo un nieto, Píndaro Fernández, quien es guía turístico”.

“Sigo de cerca el tema del aeropuerto, estoy bastante enterada de lo que sale en la prensa, aunque no conozco la opinión de mi nieto sobre el tema”.

“Hay grupos que no quieren el aeropuerto porque está muy cerca del de Punta Cana”. Con voz cansina, pero con ideas coherentes, volvió al tema por el que me llamó. Quiero escribirle una carta al presidente que se juramentara el 16 de agosto, Luis Abinader, para que se ocupe de los derechos de la ancianidad.

Nació el 8 de noviembre del año 1914, en el 2014 le celebraron los cien años, recuerda que su hija Solange le dijo que, en San Cristóbal, donde reside, nunca habían visto una celebración como la de ella.

Se define amiga del expresidente Hipólito Mejía, quien la ha visitado en varias ocasiones, según expresó, y que conoció y trató a don Rafael Abinader, el padre del próximo presidente de la República.

“Hay mucho que hacer por la ancianidad, y no entorpecería nada que se dedique un día y un espacio para la ancianidad”, dijo volviendo al tema que la motivó a llamarme.

Luego se refirió a su amiga Marilyn Rojas, “ella vive en Nueva York, pero siempre me envía regalos”. No sé la edad de su amiga, y aunque puedo ser nieta de doña Gracita, ella apeló a que “mantengamos la amistad:“quiero que me llames, soy siempre la que te llama”, me reprochó y comprometió a que sea yo quien la llame porque “ahora con el virus no se pueden hacer visitas”.

“Tengo bien todas mis facultades, ahora debo estar en silla de ruedas, sentada en ella veré la toma de posesión de mi presidente”, dijo previo a colgar el teléfono, pero antes de despedirse envió “Recuerdos a la Caamaño”, refiriéndose a Fellita Caamaño con quien la visité hace dos años, en un memorable primer encuentro que propició una intensa entrevista.

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