A las familias de SFM que perdieron a sus niños

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Si a una mujer o a un hombre se le muere su pareja queda viudo o viuda; si a un niño o niña se le muere su padre o su madre es huérfano de padre o de madre; si mueren los dos progenitores, los hijos son todos huérfanos, pero todavía creo que en ningún idioma se ha definido como se le llama a la madre que pierde un hijo. No hay manera de definir, de explicar, de decir como es el dolor de esa pérdida, solo una madre puede decir algo con su llanto, su silencio y su dolor lo que significa quedar sin un pedazo de sí misma.

Es que un hijo o hija lleva consigo lo que le dimos desde que fue acunada en el vientre, son parte de una y su pérdida es como si nos arrebataran el órgano más preciado con el que contamos.

Mi madre perdió varios hijos y cuando estaba lista para irse de este mundo nos pidió a todos que no le dijeran a su madre, – a mi abuela, que ya tenía 85 años y nunca se le murió un hijo- que ella había muerto. No se lo dijimos, pero el día que mi madre murió, a mi abuela se le disparó la presión arterial, cosa que nunca le había pasado, hubo que ingresarla y dejarla hospitalizada hasta que pasara el funeral.

Cuando salió de la clínica lo primero que hizo fue preguntar por mi madre, el Alzheimer que padecía no fue suficiente para echar de menos a su hija, hubo que decirle que estaba en Nueva York y se enfadó: “¿qué es lo que buscan tanto para el Nueva York ese?”

Mi madre no quería que la de ella sintiera el dolor que sufrió cuando murieron tres hijos pequeños, antes de que yo naciera. Nada se compara con la pérdida de un hijo, “no hay nada como ver morir a un hijo”, decía.

A las madres de los cinco muchachos de San Francisco de Macorís no tengo otra forma de expresar mis condolencias que no sea escribiendo lo que siento, soy de allá; uno de los muchachos era nieto de un gran amigo e hijo de otra amiga, Denny Hernández, comunicadora social, hija de Alejandro Hernández (QED), quien fuera fotorreportero cuando me iniciaba en el periodismo en la época dura de los 70.

Kamil Rodríguez Hernández, de 16 años, perdió la vida en el fatídico accidente de la madrugada del domingo, igual que sus compañeros de colegio Miguel de la Cruz León, Luis de Jesús Almonó y Emil Ledesma, todos de la misma edad.

La muerte de estos bisoños conmocionó a la sociedad francomacorisana, todos estos días ha sido tema obligado, porque los videos que subieron previo al accidente eran premonitorios, como si supieran que vivían los últimos minutos.

Después del hecho vienen las teorías, la búsqueda de culpables; si hay que poner límites, si se debe educar para la obediencia y todo el que puede emitir un juicio de valor lo expresa sin antes medir el dolor que atraviesan las almas de esas familias destrozadas.

Fuimos jóvenes, hicimos travesuras, y mirando hacia atrás una piensa, pero ¿cómo fuimos capaces de hacer tal o cual cosa? Es que todos aprendemos de la experiencia, y la vida de hoy no es la misma de cuando el pueblo era una aldea donde todos éramos hermanos y amigos.

El dolor nos embarga. Démonos un abrazo solidario y valoremos la amistad de esos muchachos que salieron a divertirse sin advertir que la muerte existe.

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